El año 2021 termina y desgraciadamente lo hace casi de la misma manera que el año anterior, con la pandemia en auge por una nueva variante y con otras Navidades tristes por la dificultad para celebrarlas. Afortunadamente la campaña de vacunación ha sido un éxito y probablemente suponga un menor número de casos graves de la enfermedad. Damos las gracias especialmente al personal sanitario que lleva ya muchos meses de un tremendo esfuerzo y a la sociedad en general por haber sabido ser responsable. El ser uno de los países del mundo donde la vacunación es mayor debería llenarnos de orgullo.

Este año la movilidad ha sido uno de los temas estrella en España y en Europa en general. Se sigue apostando por la electricidad casi como única energía para el futuro, el hidrógeno está aún lejos de ser una opción a corto plazo a no ser que se consiguieran bajar sus costes de manera radical, y se han promulgado numerosas normas para fomentar la compra de coches eléctricos. La última, que afecta directamente a nuestro sector, es la obligatoriedad de poner puntos de recarga en las estaciones de servicio de mayor venta. De igual manera se sigue apostando por las ayudas económicas a la compra del vehículo eléctrico y los fabricantes de coches, acuciados sin duda por las multas millonarias con las que la UE amenaza en caso de incumplimiento del máximo de emisiones, anuncian cada día un nuevo modelo eléctrico, enchufable, híbrido o microhíbrido.

Son necesarias importantes inversiones en las refinerías y para que las empresas las realicen tienen que tener una seguridad de que se va a cumplir la neutralidad tecnológica prometida y no se van a penalizar unas energías en beneficio de otras.

El resultado es que los coches eléctricos no se venden y nuestro parque automovilístico cada día es más viejo y por lo tanto contamina más. No sólo pasa esto en España, la contaminación a nivel mundial no ha descendido, más bien al contrario.

Por qué no triunfa el vehículo eléctrico es sencillo de responder. Es más caro que uno de combustión, su autonomía real no permite todavía viajar con cierta solvencia, aunque se pongan más puntos de recarga se seguirá tardando mucho más en los viajes largos, y además está esa sensación de que aún no han sacado el modelo que deberíamos comprarnos. La obsolescencia en este tipo de automóviles llega casi al mismo tiempo de su salida de la fábrica.

Esto no quiere decir que el coche eléctrico no sea una auténtica alternativa de futuro, pero no puede ser la única y sobre todo hay otras que no necesitan de un cambio tan radical y mientras se alcanza la madurez tecnológica necesaria en esos vehículos, serían una herramienta inestimable para conseguir los objetivos deseados.

Me voy a permitir exponer dos propuestas.

La primera se basa en que un coche nuevo contamina muchísimo menos que un coche de 14 años. Es claro que es una obviedad, pero parece que no hay ninguna voluntad de reconocerlo. Si se fomentara la compra de vehículos nuevos de combustión, aunque no fuera con las mismas cantidades que los eléctricos, el parque se rejuvenecería notablemente y con ello las emisiones totales de CO2 originadas por la movilidad. El ciudadano español medio no está enamorado de su coche, lo que pasa es que o bien no tiene recursos para comprarse uno nuevo que le permita cubrir todas sus necesidades de movilidad, o está asustado por las campañas institucionales de demonización de los vehículos de combustión. Aún quedan bastantes años para que desaparezcan este tipo de coches y sobre todo para que los 28 millones de vehículos que hay en nuestro país pasen a ser eléctricos y no podemos permitirnos que los automóviles que circulan por nuestras ciudades y carreteras sean cada vez más viejos.

La segunda supone un cambio algo más radical en la política que se está llevando. Consiste en no cambiar de tipo de vehículo, pero sí en los combustibles que lo mueven. Actualmente cuando se llena el depósito de un coche ya se introduce casi un 10% de combustible no fósil. Los ecocombustibles de última generación son combustibles líquidos neutros o bajos en emisiones de CO2, producidos a partir de residuos urbanos, agrícolas o forestales, desde plásticos a aceites usados y son una solución para fomentar la economía circular que además supondría una importante inyección económica en zonas rurales.

Para hacer estos ecocombustibles en cantidades suficientes son necesarias importantes inversiones en las refinerías y para que las empresas las realicen tienen que tener una seguridad de que se va a cumplir la neutralidad tecnológica prometida y no se van a penalizar unas energías en beneficio de otras.

Dejemos que se desarrollen las investigaciones de cualquier tipo siempre que redunden en llegar al objetivo de emisiones 0 para el año 2050 y seamos realistas que es la mejor manera de ser eficientes.

Víctor García Nebreda, secretario general de Aeescam